Los nuevos modelos de familia, las parejas mixtas,
las corrientes de migración geográfica o los sistemas educativos
modernos, más abiertos a los idiomas extranjeros. Ya sea por una cosa o
por otra, cada vez es más y más frecuente encontrarse con niños totalmente bilingües,
capaces de hablar en otro idioma además de la lengua materna. Ya sea
por iniciativa personal de los padres o porque uno de los progenitores
(o ambos) habla una lengua diferente de la del país de crianza del niño,
la apertura a otros idiomas desde el nacimiento es uno de los mayores regalos para los 'peques':
a esta edad, el cerebro procesa la información de manera diferente,
favoreciendo el aprendizaje y estimulando otras áreas relacionadas con
el desarrollo intelectual y emocional.
Eso sí: para que el niño se considere bilingüe, al menos el 20 por ciento del
habla dentro y fuera de casa debe ser en ese idioma. Todo un reto para
los padres, que multiplican sus posibilidades de éxito si comienzan a
inculcar ambas lenguas desde la cuna, cuando el cerebro, mucho más
abierto y receptivo que en cualquier otra etapa de la vida, almacena ambos idiomas en el mismo área, interconectándolos como si fuesen iguales y eliminando la necesidad de 'traducir' de uno a otro.
Los beneficios, al margen de los evidentes, son muchos: los niños bilingües tienen una mayor tendencia natural a ser creativos, mientras que la gran mayoría manifiesta una mayor capacidad de aprender terceros y cuartos idiomas
en el futuro. El principal inconveniente: según los expertos, los
'peques' expuestos a dos o más idiomas tardan más en empezar a hablar, y
presentan mayores problemas a la hora de invertir el orden de las
palabras dentro de una oración, o combinar varios idiomas
indistintamente dentro de una frase.
Entonces, ¿cómo dar el primer paso? En
los casos de las familias mixtas, donde los padres hablen diferentes
idiomas, o las familias que compartan una lengua común pero vivan en un
país diferente al de origen, lo más importante es reforzar al máximo el
'idioma minoritario': aquel al que el pequeño esté expuesto menos horas
al día. Un truco común es asignar un idioma a cada uno de los padres,
y usarlo cada vez que nos dirijamos a él, para, más tarde, ir sumando
refuerzos poco a poco, como apuntarle a un 'cole' o una guardería
bilingües, ver películas en el idioma de origen, o llevarle a nuestro
país natal lo más a menudo posible.